REFLEXIONES ACERCA DE MI MEJOR AMIGO

Por Kurma Murrain

De acuerdo a mi experiencia, en Colombia (mi país natal) el tratamiento de las mascotas es muy diferente al de los Estados Unidos. Los perros y los gatos suelen quedarse fuera. Ciertamente no nos acurrucamos con ellos por la noche y rara vez los reconocemos como miembros de la familia. Los amamos y los mimamos a veces, pero tenemos claro que somos especies diferentes, por lo tanto, vivimos separados. Son compañeros, suaves al tacto, los cuidamos, pero su lugar está fuera, en el patio trasero, o en la granja, dependiendo de dónde nos encontremos.

Hace casi dos décadas, me mudé a los Estados Unidos donde la gente comparte su espacio de vivienda con sus mascotas usando términos cariñosos y preocupándose por sus enfermedades como si fueran… ¡gente! Encontré un poco gracioso y raro que la gente se refiriera a sus animales como «mi bebé», «mi hombrecito», «mi hijo»…

Entonces, me encontré con un obstáculo en la carretera. Una serie de circunstancias discordantes terminaron conmigo alquilando una habitación en una casa cuya dueña era una mujer divorciada que vivía con un perro y un gato. Y ella los amaba como si fueran su familia, lo cual yo no podía entender. A las pocas semanas de vivir con ella me llamó entusiasmada una mañana. «¡Tengo el perro perfecto para ti!» ¿Yo le había pedido un perro? ¿Mostré alguna vez el deseo de complicar mi mundo aún más trayendo un perro a mi vida con todas las responsabilidades que conlleva? “¿Qué? ¡No tengo tiempo para un perro!» Respondí sin dudarlo. «Oh… es súper lindo, ¡te va a encantar!»
Ella continuó como si mi respuesta hubiera sido: «Sí, ¿cuándo lo voy a conocer?» Y de alguna manera su reacción cambió mi forma de pensar.

Trajo a casa un pequeño canchoso. «Boomer» era su nombre según su certificado de nacimiento donde también decía que era un chihuahua. Aparte de su tamaño no podía ver el chihuahua en él. Al principio no me gustó. Tenía sobrepeso (había pasado sus últimos años atado a un poste siendo alimentado con pan), algunos de sus dientes eran verdes, su aliento era… bueno, terrible, y era un perrito extremadamente ansioso. Yo había estado emocionalmente exhausta por un tiempo, por lo tanto, no había nada en mi corazón para ofrecerle. Así que lo miré y le dije: «Oye, voy a cuidarte, pero nunca te voy a querer».

Él quería subir a mi cama y yo lo empujaba cada vez. Y en menos de 24 horas en la casa empezó a tener grandes peleas con el gato de mi casera donde ambos terminaban heridos; no estaba entrenado para ir al baño como ella me había asegurado, y yo me enojaba porque tenía que limpiar su desastre todos los días. No fue un gran comienzo para Boomer y para mí.

Por aquellos días, mi padre tuvo un derrame cerebral y volé a Colombia pensando que esta iba a ser la última vez que lo vería. Fue un tiempo muy estresante y emocional, ya que mi padre requirió una cirugía, yo pasé días con él en el hospital y luego en la casa de mi tío. Mi padre ya estaba bien cuando regresé a los Estados Unidos, pero esta experiencia me había dejado aún más agotada de lo que ya estaba.

Cuando volví a casa, tiré mi equipaje a un lado, miré hacia abajo y allí estaba, la cara del pequeño Boomer mirándome fijamente, moviendo su cola muy lentamente como teniendo cuidado de no molestarme.

Sus grandes ojos tan brillantes, su pequeño cuerpo dirigiendo toda su energía hacia mí. Sólo él y yo en esa habitación. No pude aguantarme más. Lo abracé mientras lloraba y le dije, «Te quiero» por primera vez. Boomer había derribado mis muros. Ahora ambos éramos vulnerables.

Empezamos a correr juntos, así que ambos perdimos algo de peso, pagué para que le limpiaran los dientes y aunque tuvo tres extracciones, pudo empezar a masticar mejor su comida. Su pelo cambió de un color mortecino a un negro brillante. Lo extrañaba cuando estaba en el trabajo, y si llegaba un poco tarde ya estaba aullando reclamando mi presencia.

Nos mudamos de esa casa cuando empecé a ganar un salario de tiempo completo. Le enseñé a darse la vuelta, lo entrené para que fuera al baño afuera. Él tenía su cama, pero nunca le negué espacio en la mía cuando saltaba en ella. Después de un día duro, él estaba allí; después de un día excitante, él estaba allí; cuando me enfermé, él estaba allí con su carita sobre mi pecho… Y cuando mi madre falleció inesperadamente él lloró conmigo mientras levantaba sus patitas para darme un abrazo.
Aullaba como si algo en él también hubiera muerto.

Nunca quise dejarlo, ahora que se había convertido en «mi hombrecito», «mi bebé»… Pero quería viajar. Deseaba la oportunidad de vivir en otro lugar, aunque sólo fuera por un año. Siempre pensé que lo llevaría conmigo. Desafortunadamente, la oportunidad se abrió en una escuela en China y hay fuertes regulaciones para que las mascotas vayan allí. También el vuelo habría sido traumático para mi bebé, pasando casi 30 horas en la jaula de una bóveda fría, y estando en cuarentena en el aeropuerto sin que yo pudiera verlo. Eso hubiera sido demasiado para los dos.

Por la gracia de Dios, una familia de Nueva York se ofreció a cuidarlo y me siento agradecida de saber que lo amaron tanto como yo. Luego de regresar de China, lo traje a vivir conmigo de nuevo. Desafortunadamente, mi ausencia le había dejado su corazón muy débil, además desarrolló un tumor.

No hay día que pase sin que piense en él. “Mi hombrecito”, “mi niño”, mi Boomishito.
Siempre en mi corazón y en mis pensamientos.


Te invitamos a leer el poema HUELLAS DE PATITAS EN LA ARENA dedicado a Boomer

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