Por Irlanda Ruíz Aguirre
En tiempos donde la tecnología, redes sociales y el hoy por hoy, nos acosa, resulta para muchos casi un chiste hablar de sensibilidad.
Ser sensible no es un requisito de empleo, ser sensible no es de hombres ambiciosos o mujeres decididas. Ser sensible, simplemente no parece ir con el mundo presente.
Para muchos la sensibilidad es sinónimo de romanticismo, de historias inconclusas y algunas de las canciones que cantaba la abuela. Simplemente ser sensible parece ser algo anticuado, fantasioso o inadecuado.
Tenemos que retomar la sensibilidad hasta manifestar la empatía. El estereotipo de la sensibilidad hay que eliminarlo. Ser sensible no es de llorones, ni de ilusos soñadores, es de aquellos que tienen los pies sobre la tierra y están conscientes del verdadero valor de los demás.
En la búsqueda de un mejor futuro y bienestar, tenemos una responsabilidad: ayudar a otros a alcanzar también su bienestar y colaborar en que otros alcancen sus sueños.
Ser sensible es ponerse en muchos zapatos, ser sensible es entender cómo se siente una familia, qué espera una madre, qué añora un padre, qué expectativa tiene una maestra, qué le preocupa a un inmigrante.
Ser sensible un valor añadido, es un requisito para ser un mejor ser humano, es entender al que lo necesita, es simplemente una cualidad necesaria para alcanzar el triunfo de aquellos que, en muchos casos, sólo necesitan que crean en ellos y te estarán agradecidos por toda la vida.