Loser sudamericano

Por Juan David Cruz Duarte

Mucho se habla del famoso “sueño americano”. Tanto los estadounidenses como quienes han emigrado, o sueñan con emigrar a los Estados Unidos, han oído hablar con frecuencia de este arraigado mito, tan central a la cultura estadounidense. Si bien es cierto que en años recientes se han publicado un sinnúmero de artículos de millenials desencantados que, ante las realidades económicas que han impactado a su generación, declaran con tristeza la muerte del sueño americano, también es cierto que este mito sigue ejerciendo una enorme fuerza sobre todos aquellos estadounidenses, inmigrantes y extranjeros que sueñan con una vida mejor. Esta crónica no pretende ser un análisis detallado de la evolución de la economía estadounidense en los últimos años (no tengo los conocimientos necesarios para escribir un texto de esa naturaleza, pero puedo recomendarle al lector ver el magistral documental Requiem for the American Dream, lanzado en 2015), simplemente pretendo contar la historia de mi relación personal con este mito, y con algunos conceptos que asociamos al mismo. Tal vez ustedes, queridos lectores, puedan reconocerse, así sea un poco, en mí. Tal vez algunas de sus experiencias no son tan diferentes de las mías. Tal vez su opinión acerca del sueño americano es equivalente a la que expreso en este breve texto. Al fin y al cabo, todos somos seres humanos.

Nací en Bogotá, Colombia, en febrero de 1986 (meses después de la tragedia de Armero y de la Toma del Palacio de Justicia y casi un año antes de la masacre en el restaurante Pozzetto). Crecí en una familia colombiana de clase media. Tuve una infancia privilegiada. Para mi fortuna, no tuve que pasar penurias ni necesidades; por el contrario, disfruté de muchas comodidades y tuve una infancia feliz. Tal vez por eso no soñaba, como tantos colombianos, con irme a vivir a los Estados Unidos. Por otro lado, debo aceptar que soy una persona nostálgica y sentimental. Siento un arraigo particular por Bogotá, y aunque tengo sentimientos encontrados con respecto a la ciudad, puedo decir sin lugar a dudas que este es mi hogar.

En el año 2010 fui aceptado al programa de maestría en literatura comparada de la University of South Carolina. Aunque inicialmente pensaba que mi paso por Norteamérica sería breve, después de graduarme de la maestría decidí empezar un doctorado. Estuve estudiando y trabajando en USC hasta mayo de 2018. Concluida esta etapa de mi vida trabajé por un año en el pequeño pueblo de Clinton (Carolina del Sur). En otoño del año 2019 regresé finalmente a Colombia.

Mis años viviendo como inmigrante en los Estados Unidos fueron, sin lugar a dudas, algunos de los más importantes y formativos de mi vida. De alguna forma, fue en los Estados Unidos en donde me convertí en un adulto autosuficiente. Mi afecto por Columbia y sus calles tranquilas es algo que llevaré conmigo por el resto de mi vida. No obstante, debo admitir que como inmigrante nunca tuve una vida de lujos. Mis ingresos como estudiante de posgrado no eran altos, y el mercado laboral en el área de las humanidades (al menos en el contexto universitario) se ha hecho cada vez más pequeño y competitivo. Al no lograr conseguir un empleo de tiempo completo en una institución de educación superior decidí regresar a mi país natal.

El precario mercado laboral de las humanidades no fue el único factor que me convenció de regresar a Colombia. Mis abuelos (tres de los cuales seguían vivos para mediados de 2019) pasaban ya de los 90 años, y era evidente que ya no me quedaba mucho tiempo para compartir con ellos. Mi novia, con quien habíamos sostenido una relación a larga distancia por muchos años, también vivía en Bogotá. A demás de esto extrañaba a mis padres, a mis hermanos, a mis sobrinas y a mis amigos. Aunque me dolió dejar atrás a las personas maravillosas que conocí durante mi tiempo en Carolina del Sur, en 2019 decidí regresar a mi país de origen.

Al volver Bogotá pude acompañar a mi abuela paterna en sus últimos meses de vida, también pude casarme con mi novia, después de tantos años de visitas esporádicas y de largas llamadas telefónicas. Pude volver a pasar tiempo con mis padres, con mis hermanos, con mis sobrinas, con mis abuelos y con mis amigos. Estos cambios realmente tuvieron un efecto positivo en mi vida. Pero adaptarme nuevamente a la vida en Colombia no fue nada fácil. Como es natural, muchas personas no entendían mi decisión, ya que veían el evidente declive de la economía nacional y sabían que, a fin de cuentas, las oportunidades laborales que existen en los Estados Unidos no pueden compararse con las que hay en un “país en vía de desarrollo” como el nuestro. Conseguir empleo en Colombia fue un proceso largo y difícil, a veces pensaba que había cometido un error irreparable. ¿Me había convertido en un perdedor? Sufrí una depresión seria y tuve que estar medicado por un par de meses. A pesar de estar rodeado por mis seres queridos, podría decirse que durante estos meses de mi vida “toqué fondo”. Sin embargo, a veces pienso que de haber estado solo en Clinton cuando inició la pandemia, probablemente la habría pasado mucho peor. No lo sé. El caso es que la vida siguió adelante, me casé, conseguí un empleo, seguí escribiendo y, poco a poco, he logrado alcanzar algo de paz interior. Claro, supongo que esta paz es siempre efímera y momentánea, y que debemos buscarla constantemente, porque tiende a escaparse en un instante. Pero al menos sabemos que puede alcanzarse.

Tengo una amiga italiana que critica la tendencia estadounidense de dividir a las personas entre winners y losers. “Perdedor” es, realmente, un insulto muy estadounidense. Como dice mi amiga: “Si un latino o un italiano te insulta, ofende a tu madre, a tu abuela, a tu hermana, en fin, a las personas que amas; si un estadounidense te insulta te dice que eres un fracasado”. Sin entrar en detalles sobre el tema del machismo en las culturas latinas, lo que esta frase evidencia es que el énfasis en el individuo es, sin lugar a dudas, parte fundamental de la cultura estadounidense. Creo que estas ideas de victoria y fracaso individual están íntimamente relacionadas con el concepto del sueño americano; al fin y al cabo, el ganador consigue el sueño americano y el perdedor no. Pero esta forma simplista de ver la vida me desagrada. Con el tiempo he llegado a creer que no hay ganadores ni perdedores. ¿En qué categoría estaría el inmigrante que regresa a su hogar? ¿Ulises sería un héroe o un fracasado? La respuesta evidente a estas preguntas es que estas etiquetas son arbitrarias, estúpidas y, lo que es peor, terriblemente nocivas. La derrota y el fracaso son relativos. En verdad, todo depende de cómo nos contamos a nosotros mismos la historia de nuestra propia vida. Yo, por ejemplo, podría pensar que soy un perdedor que desperdició su oportunidad de quedarse a vivir en los Estados Unidos, disfrutando de los idílicos frutos del famoso sueño americano; pero también podría decirme a mí mismo que logré mi cometido en Norteamérica (obtener mi título de doctor), y que regresé como un ganador (con algunos libros publicados y un nuevo aire cosmopolita) a la tierra de mis ancestros. Ambas historias me resultan similarmente insuficientes, ridículas y simplistas. La vida es mucho más interesante y compleja que eso.

Tal vez nunca se deje de hablar del sueño americano, pero podríamos hablar también del sueño sudamericano, del sueño asiático, del sueño europeo, del sueño australiano o del sueño africano. Al fin y al cabo, es posible ser feliz en cualquiera de estos lugares. No estoy diciendo que la felicidad sea simplemente una cuestión de actitud (¿quién puede ser feliz en medio de la guerra, de la miseria o de la opresión?), pero pienso que no es necesario ir a un lugar específico para alcanzarla. Tal vez la felicidad, como dice el dicho, está en el camino y no en el destino. ¿Qué es entonces el sueño americano? ¿Qué podría ser el sueño sudamericano? Las respuestas a estas preguntas debemos buscarlas en nosotros mismos.

Entonces propongo que dejemos de pensar en ganadores y perdedores. La existencia humana no es ni un sueño eufórico ni una pesadilla insoportable. Lo más importante que me llevé de los Estados Unidos no fue el título de doctor, fueron las experiencias vividas, el crecimiento personal y los grandes amigos que hice en el camino. No puedo ver esto como un fracaso, pero también me niego a verlo como una victoria. Prefiero verlo, simplemente, como una vida (la mía).


Juan David Cruz Duarte
 (Bogotá, Colombia, 1986). Sus cuentos y poemas han aparecido en AxxónEl AxiomaAnapoyesis, Máquina CombinatoriaFive: 2: OneBurningwordJasperFall Lines, The Dead Mule School of Southern Literature, etc. Cruz Duarte es el autor de Dream a little dream of me: cuentos siniestrosLa noche del fin del mundo y Léase después de mi muerte (poemas 2005-2017).

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